viernes, 31 de enero de 2014

DON AGUSTÍN HUERTAS ORTEGA, Maestro.



Un 31 de enero de 1.968, fallecía en Los Villares D. Agustín Huertas Ortega, maestro y villariego de adopción.









SEMBLAZA:
D. Agustín nace en Jaén, un 13 de mayo de 1.896, en el seno de una familia numerosa, el cuarto de seis hermanos, hijo de Agustín Huertas Rubio y de Juana Ortega Padilla. Huérfano muy joven, por la muerte de su padre, tuvo que ponerse a trabajar para costear sus estudios.
En 1.925 se casa, con Mª del Carmen Gómez y Gómez, aquella chiquilla que una mañana entrara con su madre a comprar en la papelería de Jaén donde él trabajaba y  de la que quedó tan prendido, que no pudo por menos que salir a la puerta  de la calle para verla alejarse, sin saber ni quien, ni de dónde era. Pero el destino hizo que D. Agustín acompañando a su madre y a su hermano D. Francisco, nombrado párroco de Los Villares (1.911-1.916), se trasladase a vivir a Los Villares, y una mañana, en la primera fila de bancos de la iglesia, volvió a ver aquel rostro, tal vez tantas veces soñado. Es estando en Los Villares, cuando comienza a estudiar Magisterio, allá por 1.914; solía desplazarse, unas veces andando, otras en burro hasta Jaén para continuar sus estudios,  a la par que crecía y se consolidaba la relación con la que fue el amor de su vida y de la que nació su hija Juanita, como cariñosamente la llamaba.


D. Agustín, su esposa y su hija.


 Acabó  la carrera de magisterio en 1.919 y su primer destino lo tuvo en la provincia de Lugo, estando destinado posteriormente, en La Carolina, la Guardia (donde le cogió durante la Guerra Civil) y por último en Los Villares.
Su nieta, en la calle que lleva su nombre.
La vida de D. Agustín estuvo siempre en ese triángulo equilátero, de lados y vértices iguales, que seguro explicó magistralmente centenares de veces a sus alumnos. En un vértice, su profesión, maestro de vocación, en aquellos años donde la escasez de medios tenía que suplirse con el entusiasmo y esfuerzo del maestro. Fue todo un ejemplo  de maestro, formando e instruyendo a varias generaciones de villariegos, a los que supo preparar para ser hombres honestos y futuros  ciudadanos. En otro de los vértices, su familia, su esposa, siempre a su lado, su  hija Juanita  y  nieta Mª Carmen, por quienes se desvivía y  sentía verdadera pasión. Y en el tercer vértice Los Villares, el pueblo que lo acogió y que él adoptó como propio integrándose plenamente en su vida pública y  social, aportando su inteligencia y su sensatez como concejal en distintas legislaturas, participando activamente en la creación de la cooperativa de la Virgen del Rosario o como cofrade devoto y activo en la Cofradía del Santísimo Sacramento, formando parte de su Junta Rectora durante más de diez años.

El Ayuntamiento de Los Villares quiso reconocer la labor de este“villariego”, dando su nombre a una de las calles de nuestro pueblo, y nunca mejor el lugar  elegido, junto al nuevo colegio de Los Villares.

Tras dos años viviendo con su hija en Alcalá la Real donde residía, D. Agustín volvió a Los Villares para morir y ser enterrado junto a su esposa y en el pueblo que siempre sintió como el suyo.
Sirva esta semblanza, en el cuarenta y seis aniversario de su muerte, a modo de cálido homenaje a D. Agustín, maestro y hombre bueno que entregó los mejores años de su vida a Los Villares.

D. Agustín y uno de sus grupos de alumnos.










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